De manera general hay dos fuerzas primarias que gobiernan nuestras vidas. Aunque se les puede dar muchos nombres, para entendernos y ser prácticos nosotros las vamos a llamar Vocación y Naturaleza.
Estas fuerzas son psíquicas y actúan a nivel del Inconsciente Propio, por lo que no podemos ser conscientes de ellas.
Pero aunque no las veamos, sus efectos son muy evidentes en nuestra existencia. Todo lo que sentimos es el resultado de estas fuerzas. Producen nuestras emociones. De hecho, constituyen nuestro estado de ánimo y nuestra personalidad.
Aprovechamos para aclarar que las emociones son energías psíquicas que nos impulsan a actuar de una determinada manera. Por tanto, cuando hablamos de emociones estamos hablando de energías, de impulsos que nos fuerzan a comportarnos de una forma concreta.
Volviendo a nuestro asunto, Vocación y Naturaleza conforman las energías psíquicas que impulsan nuestras vidas. Y como ya vimos en el artículo Todo es Mental, la energía es el empuje generado por el conocimiento en la mente. Esto quiere decir que detrás de estas fuerzas hay unos conocimientos.
La Vocación se origina en el conocimiento que nos llega del Inconsciente Universal directamente a nuestro Inconsciente Propio, que como ya se indicó en el artículo ¿Qué es la Mente? están unidos. Este conocimiento, al proceder de inmediato desde la fuente, siempre es certero y puro, lo cual significa que no está equivocado ni contaminado por intereses personales.
Es muy heterogénea, cada persona tiene una Vocación diferente, siendo esta la que otorga una inclinación distinta a cada individuo. En el artículo ¿Qué es la Mente? se explicó que el Inconsciente Universal guarda todo el conocimiento, pero también se dijo que solo aporta a cada persona sabiduría sobre un tema concreto, haciendo que esta se aficione a dicho tema.
Este conocimiento procedente del Inconsciente Universal es sentido por la persona como felicidad y lo demuestra como amor incondicional, pues cuando llega a nosotros es la fuerza para realizar aquella actividad hacia la que tenemos devoción.
Dicha actividad no tiene como fin el interés económico personal. De hecho, en su origen está exenta de egoísmos. Su propósito va más allá de nosotros mismos y, de una manera u otra, es un bien universal que incluso en algunos casos transciende a la Humanidad, pues supone un beneficio para el Mundo en su conjunto.
La práctica de la Vocación llena al individuo de plenitud, pues da sentido a su vida, haciendo que este se sienta realizado.
Por el contrario, no poner en práctica la Vocación conlleva insatisfacción en la vida, ya que la persona no se sentirá realizada. Se puede decir que el individuo en ese estado está viviendo por vivir, sin más sentido en su vida.
En cuanto a la Naturaleza, su origen está en el impulso cósmico que genera a la materia y la hace evolucionar. Es la energía del Big Bang, la que mantiene vivo al Universo, la que alimenta su progreso y crecimiento, la que sustenta el desarrollo de la vida y la evolución de las especies… Esta energía se origina en la Mente Universal y, como decimos, da como resultado la generación de este mundo y su evolución.
El conocimiento que da empuje a esta energía que hemos llamado Naturaleza son las leyes físicas que rigen el Universo, como por ejemplo la gravedad. Estas leyes están provistas por la Mente Universal. Son fundamentales para que el Universo pueda existir y ser tal y como es, pues gobiernan las partículas y, por consiguiente, dan forma a toda la materia. Por tanto, la física es el conocimiento inherente a la energía de la Naturaleza.
Pero además de este conocimiento de base, a la Naturaleza hay que sumarle otro conocimiento más, en este caso emergente desde la propia materia. Se trata del conocimiento que surge principalmente como consecuencia de la superación de los diferentes desafíos a los que se enfrenta la materia a lo largo de su existencia. Por ello decimos que este conocimiento emerge de la materia, concretamente de su experiencia. Por tanto, este conocimiento emergente engloba las normas resultantes de la evolución de la materia.
Así, en la energía de la Naturaleza, tanto el conocimiento inherente (leyes físicas) como el emergente (normas experienciales) llegan a nosotros a través de la propia materia, ya sea por medio de los sentidos, del código genético o por razonamiento en base a nuestras vivencias. En otras palabras, los conocimientos detrás de la energía de la Naturaleza nos son transmitidos de nuestros ancestros a través de los genes y de la cultura, además de los que podemos deducir en nuestra parte consciente de la mente.
Dichos conocimientos de la Naturaleza se nos van almacenando en el Inconsciente Propio a lo largo de nuestra vida, pero es sobre todo durante la infancia cuando más información guardamos.
La Naturaleza es la fuerza que nos empuja a adaptarnos al medio para EVOLUCIONAR, entendiéndose esta fuerza como unas estrategias de supervivencia, es decir, unas normas para que la vida exista y continúe existiendo, y sobre todo unas medidas de precaución frente a acontecimientos perjudiciales que, aun no habiendo sucedido, pudieran ocurrir. Por tal motivo, podemos decir que esta fuerza hace mucha referencia al temor de que alcanzara acontecer algo dañino para nosotros.
Al contrario que la Vocación, la fuerza de la Naturaleza es muy homogénea. Todas las personas, o mejor dicho todos los seres vivos, experimentan fundamentalmente la misma fuerza. Pero aún siendo la misma, cada individuo la siente con sutiles diferencias que nos hacen actuar de maneras diferentes.
Todos los instintos forman parte de esta fuerza, porque son estrategias de supervivencia. Incluso aquellos que menos lo parecen. Por ejemplo, una comida golosa nos atraerá a comerla por el temor a perderla, porque nuestro Inconsciente Propio sabe que esta tiene muchos nutrientes que son escasos y no debe desaprovecharlos. Con el sexo ocurre lo mismo, nuestro Inconsciente Propio nos fuerza a no perder oportunidades para perpetuar la especie, evitando así que esta se extinga. Y en cuanto a las relaciones personales, estas también forman parte de esta fuerza, porque somos individuos sociales que dependemos de los demás para sobrevivir y, por tanto, tenemos que estar bien integrados socialmente.
Los instintos son emociones. Y las emociones, como ya se dijo en el artículo ¿Qué es la Mente?, están guardadas en el Inconsciente Propio vinculadas a ideas. Es decir, en el Inconsciente Propio tenemos una tabla con ideas asociadas a emociones, las cuales se activan cada vez que se llama a las ideas con las que están enlazadas.
En última instancia, los instintos no son más que miedo a la muerte, a la desaparición de la vida. Estos nos dicen: “consigue alimentos y come para no morir”, “no te subas en alturas que pongan en riesgo tu vida”, “huye de animales que puedan matarte”, “ten sexo para que no se extinga la especie”, ”llévate bien con los demás para que no te rechacen, dejen de ayudarte o te ataquen, lo cual pondría en riesgo tu supervivencia y la de tu familia”, pero a la vez también nos dicen “sé mejor que los demás para tener más éxito“, “acapara todos los recursos que puedas antes de que se los lleven otros“, “domina a los demás para tener el mayor control posible“… siempre con el objetivo de conseguir las mejores posibilidades de supervivencia.
Si analizamos nuestro día a día, veremos que la mayoría de las acciones cotidianas son instintivas, las realizamos por miedo a la muerte: comer, trabajar, higiene y cuidado personal, cuidar a nuestros seres queridos, llevarnos bien con los demás, etc.
Cuando cumplimos los objetivos de la Naturaleza nos sentimos momentáneamente felices e incluso eufóricos, pues hemos logrado sobrevivir o hemos conseguido algo para mejorar nuestra supervivencia o la de nuestro clan. Pero esta satisfacción dura poco y enseguida se nos pasa.
Aparte de esta fugaz felicidad, la consecución de los objetivos de la Naturaleza también nos da paz, la cual es una sensación mucho más duradera en el tiempo. De hecho, la paz no la perderemos hasta que surja una nueva señal de peligro para nuestra supervivencia o la de nuestros seres queridos.
Vocación y Naturaleza comparten el mismo cuerpo para realizar su trabajo, pero la Naturaleza tiene preferencia porque salvaguarda la supervivencia del organismo, el cual es imprescindible para que la Vocación pueda desarrollar su labor. Por ello, la Vocación queda a la espera cuando existe algún temor, hasta que la fuerza de la Naturaleza resuelva el conflicto que está poniendo en riesgo la supervivencia.
Una vez que la Naturaleza ha salvado al organismo, poniéndolo fuera de peligro, la Vocación tendrá vía libre para actuar.
Según lo explicado hasta aquí todo es perfecto. Por un lado, tenemos un sistema que se encarga de brindarnos un propósito en la vida que nos llena de satisfacción y, por otro lado, disponemos de otro sistema dedicado a hacer posible y salvaguardar la propia vida, trayéndonos la paz cuando lo consigue.
Pero el conocimiento que hay detrás de esta fuerza que hemos denominado Naturaleza, al estar transmitido de individuo a individuo, ya sea de manera genética o cultural, puede estar corrupto y, por tanto, equivocado, sobre todo por basarse en la supervivencia de cada individuo, es decir, en el egoísmo de cada uno de estos. Estos errores provocarán muchas veces miedos sin fundamentos reales y miedos exagerados ante la vida.
Desde la Revolución Neolítica el miedo está aumentando y dicho crecimiento es exponencial. Es decir, desde hace varios milenios la población tiene más y más temores. Como ya habremos observado, nuestra sociedad está cada vez más dominada por el miedo, dejando muy poco espacio para que la Vocación tenga vía libre para actuar. La cultura, gran portadora de este conocimiento, nos impone constantemente nuevas necesidades, haciendo que satisfacerlas todas sea más y más difícil, lo cual nos aleja cada vez más de la paz.
Esta supremacía del miedo impide que la Vocación pueda realizar su labor, pues como dijimos antes, esta queda a la espera hasta que desaparece el miedo. Y tanto es así que incluso muchas personas desconocen su Vocación por vivir constantemente dominadas por el miedo. O si la conocen jamás le dedican tiempo a esta, ya que primero deberán resolver aquello que les suscita algún temor.
Este panorama es el cuadro social en el que hemos nacido y vivido, y que por ello entendemos como normal. Pero sin entrar en debates, queda muy claro que dicho panorama es la causa principal de malestar en la población. Y esto es así porque por el lado de la Naturaleza nos falta la paz y por el lado de la Vocación nos falta la plenitud.
Tanto la Vocación como la Naturaleza provocan ansiedad cuando no consiguen llevar a cabo su trabajo, es decir, cuando se reprimen o no se materializan. Esta ansiedad se manifiesta en aquellas áreas del cuerpo que guardan relación con la energía que se está reprimiendo, o dicho de otra manera, se somatizan en las zonas corporales encargadas de manifestar o materializar dicha energía, pudiendo provocar trastornos físicos de todo tipo, tales como cansancio, dolores, inflamación, desajustes fisicoquímicos, enfermedades crónicas e incluso mortales.
Por otra parte, si el miedo domina crónicamente, la fuerza de la Vocación deja de brotar en su origen, pues al no tener vía libre para fluir “se cierra el grifo de esta”, y la ausencia de esta energía vocacional forma parte de lo que se conoce como depresión. Cuando esto sucede, la persona deja de tener motivación para poner en práctica su propósito, pues le falta el ánimo para hacerlo.
En estos casos la persona queda a merced solo de la fuerza de la Naturaleza. En realidad se trata de una estrategia de supervivencia, para que de esta manera la persona dirija todos sus recursos a la erradicación de la causa que desencadena el miedo, y de esta manera librarse de el en el mínimo tiempo posible.
Una vez eliminada la causa el miedo desaparecerá y la energía Vocacional volverá a aflorar. Esto quiere decir que toda depresión es siempre reversible y, por ello, temporal. Pero claro está que esto no sucederá hasta que consigamos eliminar la causa del miedo.
Si por alguna razón el miedo crece desmesuradamente, este puede provocar obsesiones y delirios en la persona, pudiendo llegar incluso a la esquizofrenia.
Y por el contrario, si hay demasiada energía Vocacional, la persona se sumirá en su vocación exageradamente, desatendiendo todo lo demás, convirtiéndose en una obsesión que puede causarle frustración y deterioro de sus relaciones sociales, además de complicaciones a nivel familiar y laboral, y también problemas de salud por descuidar su cuerpo (alimentación, sueño, higiene… ). Cuando esto sucede, la persona se convierte en un esquizoide, e incluso también puede llegar a la esquizofrenia.
Por ello lo ideal sería mantener un equilibrio entre Vocación y Naturaleza, y que esta última estuviera basada solo en verdaderas necesidades de supervivencia.